
Escribe Aldo Ares
E.mail.: aldoares@hotmail.com
LA DELINCUENCIA POLITICA
SE ALIMENTA DE ÑOQUIS
Con el cambio de “jefes” al frente de algunos municipios del país, a raíz de las últimas elecciones generales, se desempolvó más de una vertiente de la delincuencia política que nos advirtiera Maquiavelo en la Edad Media.
La más visible de todas tiene que ver con la comida de muchos, porque le llaman ñoquis. Son los que comen sin ir a trabajar o van al trabajo y no hacen nada.
Esta especialidad, que en argentina lo vemos como algo rutinario, es un delito en toda regla en cualquier sistema democrático.
Delincuentes los políticos que han puesto a funcionar este sistema mafioso y delincuentes los trabajadores que aceptan este tipo de humillación.
Delincuente e inmoral el político que lo practica, a sabiendas que le roba a los contribuyentes para regalárselo a un holgazán o a un alcahuete. O porque nadie se presenta a cobrar y va al bolsillo del político.
Inmoral el trabajador porque hace lo que no debe y estafa a la sociedad, y sobre todo al que contribuye, al que cumple religiosamente con la ley (esta franja de ciudadanos también tiene nombre propio: idiota legal forzoso)
Ese dinero defraudado (que al año son millones) es el que falta en los hospitales y en las escuelas argentinas.
En nuestra cultura cívica la vergüenza no existe porque los delitos no se castigan con la dureza que la realidad demanda. La justicia en Argentina está “casada” con la política y con el dinero y, solo en contados casos, con los intereses generales o con lo que es realmente justo.
Esta enfermedad demencial no se ataja porque nuestra sociedad no denuncia ni persigue a los corruptos, tanto corruptores como corrompidos: o sea, a los que corrompen y a los que se dejan corromper.
Tenemos un problema social profundo, tanto como distinguir el bien y el mal. Pero, sobre todo, porque no ponemos los medios democráticos para desterrar las causas de nuestros males, las causas de nuestra decadencia y de nuestra autodestrucción.
En ausencia de fronteras para distinguir, nuestra rutina, se vuelve perversa y peligrosa en el ineludible e impostergable camino hacia el futuro.
AHORA LE LLAMAN “DESPROLIJOS”
Algo que me llama poderosamente la atención es el empleo del término des prolijo.
Desde niño se me quedó grabado este término cuando se refería a los que manchaban los cuadernos o tenían fea letra y despareja.
Pero ahora observo que el término, en política, lo utilizan para los que roban. Y al que roba pero “hace algo” le dicen que es más “prolijo” que los otros. ¡Qué increíbles somos los argentinos para amparar, cobijar y perdonar a los chorros! Y al que roba y no se nota dicen que es muy “prolijito”.
Desde otro ángulo, intuyo que desprolijos son los “descuidados” con el dinero, sobre todo si es ajeno o público (descuidados porque lo hacen a plena luz del día. Hay nombres muy visibles, por sus cargos, como la “feliz” Micelli y De Vido, la corte que rodea a la valija venezolana, las obras públicas, Skanka, etc.).
Desprolijos, una forma bastante surrealista de llamar a los ladrones por su nombre, como si tuviéramos miedo de pronunciar la palabra ladrón.
Pero lo que más me duele es que la justicia ni les estornuda ni les tose. En otras palabras, andan más sueltos que el que roba una gallina para comer. Ni se les juzga ni se les encarcela. Es más, se les oculta y besa la mano como virreyes de la época colonial.
LOS LADRONES VAN A LA LADRONERA
Cuesta creer que ladronera, en idioma político argentino, es ese sitio público, tan sagrado, llamado municipalidad o ministerio. Recordada es la guarida de Morón cuando la matoneaba el televisivo, extravagante y delincuente Rousselot.
Afortunadamente los ladrones también tienen su contrapunto, y Martín Sabbatella es, actualmente, la otra cara de la moneda, la moralidad recuperada de la cosa pública bonaerense, un digno ejemplo que exporta argentina y se interesan de todas las latitudes del planeta, menos dentro de nuestras propias fronteras nacionales. Así somos y así nos va.
La corrupción y las “irregularidades” son aventadas en nuestras instituciones por falta de límites en el ejercicio de los cargos públicos. Por ley nadie debería ocupar más de 8 años el mismo cargo. Lo contrario favorece que todo se pudra. Está demostrado “científicamente”.
Municipios como Buenos Aires, La Plata, San Vicente, Lanús, Quilmes, Escobar son un botón de muestra de la delincuencia política, desempolvada tras los cambios de intendentes. Las plantillas están infladas por favores políticos, con grave daño para el futuro de los siguientes gobiernos. Deudas que hipotecan abusivamente el mejoramiento y progreso de los servicios públicos que necesita la gente para vivir con dignidad.
Esa irresponsabilidad, ese agujero negro que dejan los intendentes perdedores es una asignatura pendiente de nuestra justicia para acabar y evitar que se repita la tentación de políticos delincuentes.
LA CUEVA DEL CACIQUE
De la ladronera a la cárcel. Ese es el camino correcto de la justicia y el camino correcto de una democracia madura. Es el futuro que realmente nos interesa a los argentinos bien nacidos.
Producto de esa práctica mafiosa, los secuaces de los políticos delincuentes, aun después de ser desalojados por el voto popular, son los promotores de la violencia inaceptable que descargan en los propios edificios públicos, y causan más desgracia a las arcas que antes vaciaron.
Esto es delincuencia pura y dura y es de justicia castigar y encarcelar a los actores y a los inductores, caiga quien caiga.
El ciudadano de a pie se vería recompensado, liberado y congraciado el día que vea a estos delincuentes patoteros o piqueteros, o como quieran llamarle, entre rejas. El delito es delito, aquí y en la China. Y el que no quiera la cárcel que no se meta en líos, que andar derecho no cuesta nada.
El caso de Lanús es el más sangrante, con casi 5.000 empleados y otros tantos planes sociales adheridos al municipio. Para un mismo empleo había 5 chóferes y empleados que llevan más de 10 años sin ir a cobrar. Otros 200 trabajadores nunca se presentaron a trabajar tras el cambio de gobierno.
Pues bien, Quindimil, el viejo cacique intendente llevaba casi 30 años en el poder. El distrito es un desastre de precariedad, pobreza e ineficacia. ¿Para qué estuvo en el poder tres décadas, sin dar paso a gente más preparada y democrática? La respuesta se cae de madura. Los caciques no gobiernan, roban y deforman la vida de los pueblos.
Por eso en Argentina necesitamos un cambio profundo de régimen político. Para empezar no estaría mal que se juzgara y metiera en la cárcel a toda esta “panda” de ladrones que han destruido el erario público, mal gobernado y estafado al país y a los indefensos ciudadanos.
Da mucha rabia que campen a sus anchas, como grandes señores, cuando en realidad acumulan un grueso historial de “desprolijidades” profesionales, sin atenuantes, con el agravio de usurpar cargos públicos.
Los municipios que no cambiaron de intendente se salvaron del festival de los ñoquis. Esto se parece mucho al muerto que vive.
E.mail.: aldoares@hotmail.com
LA DELINCUENCIA POLITICA
SE ALIMENTA DE ÑOQUIS
Con el cambio de “jefes” al frente de algunos municipios del país, a raíz de las últimas elecciones generales, se desempolvó más de una vertiente de la delincuencia política que nos advirtiera Maquiavelo en la Edad Media.
La más visible de todas tiene que ver con la comida de muchos, porque le llaman ñoquis. Son los que comen sin ir a trabajar o van al trabajo y no hacen nada.
Esta especialidad, que en argentina lo vemos como algo rutinario, es un delito en toda regla en cualquier sistema democrático.
Delincuentes los políticos que han puesto a funcionar este sistema mafioso y delincuentes los trabajadores que aceptan este tipo de humillación.
Delincuente e inmoral el político que lo practica, a sabiendas que le roba a los contribuyentes para regalárselo a un holgazán o a un alcahuete. O porque nadie se presenta a cobrar y va al bolsillo del político.
Inmoral el trabajador porque hace lo que no debe y estafa a la sociedad, y sobre todo al que contribuye, al que cumple religiosamente con la ley (esta franja de ciudadanos también tiene nombre propio: idiota legal forzoso)
Ese dinero defraudado (que al año son millones) es el que falta en los hospitales y en las escuelas argentinas.
En nuestra cultura cívica la vergüenza no existe porque los delitos no se castigan con la dureza que la realidad demanda. La justicia en Argentina está “casada” con la política y con el dinero y, solo en contados casos, con los intereses generales o con lo que es realmente justo.
Esta enfermedad demencial no se ataja porque nuestra sociedad no denuncia ni persigue a los corruptos, tanto corruptores como corrompidos: o sea, a los que corrompen y a los que se dejan corromper.
Tenemos un problema social profundo, tanto como distinguir el bien y el mal. Pero, sobre todo, porque no ponemos los medios democráticos para desterrar las causas de nuestros males, las causas de nuestra decadencia y de nuestra autodestrucción.
En ausencia de fronteras para distinguir, nuestra rutina, se vuelve perversa y peligrosa en el ineludible e impostergable camino hacia el futuro.
AHORA LE LLAMAN “DESPROLIJOS”
Algo que me llama poderosamente la atención es el empleo del término des prolijo.
Desde niño se me quedó grabado este término cuando se refería a los que manchaban los cuadernos o tenían fea letra y despareja.
Pero ahora observo que el término, en política, lo utilizan para los que roban. Y al que roba pero “hace algo” le dicen que es más “prolijo” que los otros. ¡Qué increíbles somos los argentinos para amparar, cobijar y perdonar a los chorros! Y al que roba y no se nota dicen que es muy “prolijito”.
Desde otro ángulo, intuyo que desprolijos son los “descuidados” con el dinero, sobre todo si es ajeno o público (descuidados porque lo hacen a plena luz del día. Hay nombres muy visibles, por sus cargos, como la “feliz” Micelli y De Vido, la corte que rodea a la valija venezolana, las obras públicas, Skanka, etc.).
Desprolijos, una forma bastante surrealista de llamar a los ladrones por su nombre, como si tuviéramos miedo de pronunciar la palabra ladrón.
Pero lo que más me duele es que la justicia ni les estornuda ni les tose. En otras palabras, andan más sueltos que el que roba una gallina para comer. Ni se les juzga ni se les encarcela. Es más, se les oculta y besa la mano como virreyes de la época colonial.
LOS LADRONES VAN A LA LADRONERA
Cuesta creer que ladronera, en idioma político argentino, es ese sitio público, tan sagrado, llamado municipalidad o ministerio. Recordada es la guarida de Morón cuando la matoneaba el televisivo, extravagante y delincuente Rousselot.
Afortunadamente los ladrones también tienen su contrapunto, y Martín Sabbatella es, actualmente, la otra cara de la moneda, la moralidad recuperada de la cosa pública bonaerense, un digno ejemplo que exporta argentina y se interesan de todas las latitudes del planeta, menos dentro de nuestras propias fronteras nacionales. Así somos y así nos va.
La corrupción y las “irregularidades” son aventadas en nuestras instituciones por falta de límites en el ejercicio de los cargos públicos. Por ley nadie debería ocupar más de 8 años el mismo cargo. Lo contrario favorece que todo se pudra. Está demostrado “científicamente”.
Municipios como Buenos Aires, La Plata, San Vicente, Lanús, Quilmes, Escobar son un botón de muestra de la delincuencia política, desempolvada tras los cambios de intendentes. Las plantillas están infladas por favores políticos, con grave daño para el futuro de los siguientes gobiernos. Deudas que hipotecan abusivamente el mejoramiento y progreso de los servicios públicos que necesita la gente para vivir con dignidad.
Esa irresponsabilidad, ese agujero negro que dejan los intendentes perdedores es una asignatura pendiente de nuestra justicia para acabar y evitar que se repita la tentación de políticos delincuentes.
LA CUEVA DEL CACIQUE
De la ladronera a la cárcel. Ese es el camino correcto de la justicia y el camino correcto de una democracia madura. Es el futuro que realmente nos interesa a los argentinos bien nacidos.
Producto de esa práctica mafiosa, los secuaces de los políticos delincuentes, aun después de ser desalojados por el voto popular, son los promotores de la violencia inaceptable que descargan en los propios edificios públicos, y causan más desgracia a las arcas que antes vaciaron.
Esto es delincuencia pura y dura y es de justicia castigar y encarcelar a los actores y a los inductores, caiga quien caiga.
El ciudadano de a pie se vería recompensado, liberado y congraciado el día que vea a estos delincuentes patoteros o piqueteros, o como quieran llamarle, entre rejas. El delito es delito, aquí y en la China. Y el que no quiera la cárcel que no se meta en líos, que andar derecho no cuesta nada.
El caso de Lanús es el más sangrante, con casi 5.000 empleados y otros tantos planes sociales adheridos al municipio. Para un mismo empleo había 5 chóferes y empleados que llevan más de 10 años sin ir a cobrar. Otros 200 trabajadores nunca se presentaron a trabajar tras el cambio de gobierno.
Pues bien, Quindimil, el viejo cacique intendente llevaba casi 30 años en el poder. El distrito es un desastre de precariedad, pobreza e ineficacia. ¿Para qué estuvo en el poder tres décadas, sin dar paso a gente más preparada y democrática? La respuesta se cae de madura. Los caciques no gobiernan, roban y deforman la vida de los pueblos.
Por eso en Argentina necesitamos un cambio profundo de régimen político. Para empezar no estaría mal que se juzgara y metiera en la cárcel a toda esta “panda” de ladrones que han destruido el erario público, mal gobernado y estafado al país y a los indefensos ciudadanos.
Da mucha rabia que campen a sus anchas, como grandes señores, cuando en realidad acumulan un grueso historial de “desprolijidades” profesionales, sin atenuantes, con el agravio de usurpar cargos públicos.
Los municipios que no cambiaron de intendente se salvaron del festival de los ñoquis. Esto se parece mucho al muerto que vive.
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