lunes, 5 de enero de 2009

La Distancia entre los Ideales y la Realidad

La Verdad Molesta

Escribe Aldo Ares
E.mail.: aldoares@hotmail.com

LA DISTANCIA
ENTRE LOS IDEALES Y LA REALIDAD

Lo dijo Barack Obama, flamante Presidente de los Estados Unidos, y nuevo Dios de la esperanza mundial, “resulta preocupante la enorme distancia entre los grandes desafíos a los que nos enfrentamos y la pequeñez de nuestros políticos”.
En síntesis, se refería al desastre que tiene entre manos Norteamérica y la disputa estéril y distorsionada de políticos que no ven más allá del egoísmo de sus propios intereses y no se percatan de la necesidad del bien común. Pero sin duda y, sin quererlo, estaba dictando sentencia sobre el mapa de la mayoría de las naciones que caminan sobre idénticos y desoladores panoramas, Argentina a la cabeza.
Porque si bien Norteamérica ha sufrido un grave retroceso en lo político, social y lo económico, Argentina ha pasado por el mismo rodillo. La distancia radica en que, a pesar de su deterioro, Estados Unidos continúa como primera potencia mundial, mientras que Argentina se ha colocado a la cola de las naciones más desfavorecidas donde sus niños no comen y tampoco leen.
La distancia se profundiza entre ese país real, cargado de pobreza, de desigualdad, de violencia, de desnutrición, de marginalidad, de hambre, que nos acogota la esperanza y los ideales de nación desarrollada y justa que nos propusimos, Constitución mediante, en l853. Pero duele más aún, porque nuestro país también está cargado de riqueza y alimentos que se mezquina a los que no tienen nada. El granero del mundo que mata de hambre a buena parte de su población.

NUESTRA QUIEBRA CULTURAL

¿Adónde está el problema, entonces? También lo denunció Obama en su periplo por África, la tierra de su progenitor. Después de visitar diferentes pueblos con riquezas parecidas comprobó que unos permanecían pobres y otros estaban bastante más desarrollados. “La diferencia está en los gobiernos” –sentenció sin la menor duda-.
En La Argentina, a partir de l930, tras setenta años de crecimiento sostenido y calificada entre las primeras diez naciones de mejor renta per. capita del mundo, iniciamos nuestra caída en picado, nuestro endeudamiento, y tal vez, nuestra desaparición como nación soberana. Ya casi nada es nuestro.
Entre l930 y l983 nos despedazamos entre gobiernos militares y civiles que se allanaban sus caminos mutuamente, a ver quién lo hacía más dramático. Creímos que 1983 nos devolvía una democracia para quedarse y madurar, atormentados por tantos desaciertos de gobiernos sangrientos, incompetentes y miopes.
El caso es que arribamos al 2009 bastante peor, horriblemente peor, que cuando el anuncio hirviendo del Presidente Alfonsín nos confesó públicamente que no “supo ni pudo”. Lo que vino después fueron dos décadas de robo monumental, con dos hijos del mismo padre, del mismo “aparato” reproductor de males, que se matan por hacer lo mismo que el otro pero al revés, con métodos opuestos, con ideas opuestas, las mismas perrerías que acaban en debacle.
Como quedó demostrado, no es un problema de derechas ni de izquierdas. Es un problema de personas, con muy mala leche y peor entraña. La historia podría repetirse una y mil veces si no hay juicio y castigo para los que mienten, engañan, roban y destruyen los bienes comunes. Solo el rigor y la responsabilidad de los que votan pueden cambiar este sistema putrefacto y mafioso imperante, tolerado y consentido.
¿Pues bien, adónde está el fallo de la Patria, entonces? Seguro que el lector avezado encontrará un millón de ellos que se le agolpan en el cerebro hasta reventar.
Resulta evidente que, a La Argentina, ya no le queda el más mínimo resquicio, el menor margen de error posible, para creer en lapidarios y fantasiosos “personalismos” de ningún político “endiosado”. Todas las pruebas terrenales de este tipo nos han dejado un país en ruinas. La Argentina, como laboratorio de caudillos omnipotentes, no sirvió.

25 AÑOS NO ES NADA

La distancia entre el país de nuestros sueños, de nuestros ideales de igualdad y bienestar, chocan contra nuestra realidad más sangrante y descarrilada que cabía suponer en la más remota imaginación.
El tiempo dilapidado en estos 25 años de democracia es como una espada de Damocles sobre nuestras posibilidades de futuro.
Estos últimos cinco años de crecimiento continuado de nuestra economía contrastan con las enormes desigualdades sociales que se acrecientan y desembocan en deterioro laboral, pobreza generalizada, desnutrición infantil, hambre, y desatención de los marginados. Si con este crecimiento del 40 por ciento, único en la historia, no conseguimos revertir el proceso negativo, destructivo, pareciera que nuestro país ya está descartado de sus posibilidades de recuperación.
¿Qué nos pasa a los argentinos, que retrocedemos en vez de avanzar? ¿A qué obedece nuestro fracaso colectivo? ¿Por qué se distancian nuestros sueños de nuestra realidad?

VENCER NUESTROS MALES
PARA COMENZAR DE NUEVO

¿Es un problema de organización, de orden, de respeto a las leyes, es nuestro carácter despótico, nuestro abandono a la ley de la selva, es nuestro origen emigrante y egoísta, de estar solo a las buenas y huir a las malas?
Resulta evidente que nuestro desenfreno político juega un papel clave en nuestra debacle nacional. Nuestra organización política ha demostrado ineficacia reiterada y lastrado un grave deterioro económico, social y moral.
Lo que no se comprende es que, “lo evidente”, ha impedido un cambio radical que obligue a rectificar, a refundar un nuevo sistema político, para revertir la tendencia destructiva.
El peronismo que se representa a si mismo (misma bolsa de izquierdas, derechas y ultras) y actualmente dirige Kirchner, elevado a los altares y bajado de igual forma, por la propia perversidad de su sistema partidario, antidemocrático en usos y costumbres, es el ejemplo más perfecto de decadencia, de la muerte de “la vieja política”, que siempre mancha y salpica.
La soberbia delirante, la omnipotencia, la mentira, el engaño, la fractura social, el desmanejo económico, el cáncer inflacionario, el deterioro institucional, el borrado de los problemas sociales, de la marginación, la desnutrición; la deseducación, la “banalización” y servidumbre informativa, la inseguridad, la corrupción descarada, el matonismo, la provocación y las fuerzas de choque contra los sectores de población que no comulgan con su dictadura, forman parte de la leña que acelera su propia incineración.
El final del kirchnerismo confluye con el mismo caos que propició el final de Perón en 1955, de Isabelita en l976, y del Menemismo de la década del 90. Diferentes marcas del mismo arroz, ingredientes de la misma paella.
Esta liquidación del país que se inició en 1930, parece romper con el axioma de que “no hay mal que cien años dure”, porque vamos camino de cumplir un siglo maldito de destrucción y desencuentro.

EL GRAN PACTO DE ESTADO,
SALVEMOS A LA ARGENTINA

Pero nuestro estado de emergencia nacional no debe centrarse en la derrota del moribundo kirchnerismo. El objetivo debe ser la recuperación del sentido común de la Constitución, de las Instituciones y del Federalismo.
Nuestros soldados populares deben luchar por la salud de la igualdad real, de las regiones, donde las provincias recuperen su independencia del poder central y se responsabilicen de su propia eficiencia.
Debemos derrotar la demora interesada de unos pocos (que precisamente son los que mandan) que consideran clientes a los ciudadanos, inhibiéndolos de sus legítimos derechos, que impiden crear un nuevo sistema de partidos políticos, puramente democráticos. Abrir el camino para elegir representantes por medio de internas abiertas a la sociedad, que elimine el absurdo de las listas sábanas y la gente “acomodada” sin méritos.
Puestos a pactar urge un sistema de gobierno parlamentario que delegue el poder al Congreso de los Diputados, hasta ahora servil y mera escribanía del gobierno. Eliminar el sistema presidencialista, desbrozarlo de sus poderes absolutos, para convertirlo en una figura rectora y unificadora nacional, por encima de intereses partidarios. Y un gobierno ejercido por un Primer Ministro que trabaje en equipo con su gabinete y rinda cuentas “cada semana”, públicamente, ante el Congreso y las cámaras de televisión.
En el pacto debe primar la purga de los jueces nombrados a dedo y organizar una nueva Justicia Independiente. Reformar y organizar un nuevo sindicalismo democrático acorde al siglo XXI.
Necesitamos un pacto educacional integrado, inclusivo, al igual que un sistema de salud renovado con categoría de dignidad. Y finalmente un pacto social, laboral y económico estable, que sobreviva a los cambios de gobierno.
A partir de entonces podemos empezar a soñar con otro país, con un proyecto de país a largo plazo y una verdadera reconciliación nacional que nos obligue a olvidar las torpezas del pasado.
Propuestas serias, programas firmes, para una nueva construcción política que ponga límites a las ambiciones personales, que garantice el funcionamiento colectivo. Regeneración y rotación de las personas por encima de las instituciones.
Este es un excelente camino para acortar la distancia entre la realidad y los sueños de todos los argentinos, un camino para acabar con el resentimiento y la frustración de un siglo para olvidar.

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