REVISANDO LA DEMOCRACIA DELEGATIVA
Guillermo O’Donnell
Enero 2010
Enero 2010
I.INTRODUCCIÓN
Publiqué mis reflexiones sobre la “democracia delegativa”
(en adelante DD) por primera vez en portugués, en 1991.[1] Tenía
entonces en consideración los gobiernos de Menem (Argentina), Collor (Brasil) y
la primera presidencia de Alan García (Perú). Tracé algunas características que
aún me parecen válidas de lo que llamé en esos textos “un nuevo animal” que
estaba surgiendo en nuestra región; pero otras características del tipo propuesto
y de su posible dinámica estaban en esa época vinculadas a las políticas
(llamadas) neoliberales que se impusieron en esa época, que determinaron que
esos gobiernos (así como algunos que lo sucedieron poco después, especialmente
Fujimori) aplicaran políticas que afectaron duramente su popularidad.
Actualmente, ya en el siglo XXI, han emergido los que a mi entender son nuevos
casos de DD —los gobiernos Kirchner en la Argentina, Correa en Ecuador, Ortega
en Nicaragua, García en su nuevo mandato en Perú, Chávez en Venezuela (aunque
ver abajo acerca de deslizamientos hacia el autoritarismo) y Uribe en Colombia.
En contraste con los casos de décadas precedentes, los gobiernos recién
listados han gozado de dos ventajas: una, la gran expansión de la economía
internacional que favoreció notoriamente las exportaciones latinoamericanas;
otra, el debilitamiento de las ideas neoliberales y de las instituciones que
las propiciaban (y a veces imponían).
Ambos factores hicieron posible que en los casos
recientes se adoptaran, en contraste con los anteriores, políticas económicas y
sociales fuertemente expansivas –del aparato del estado incluido--, que dieron
un fuerte respaldo inicial a los respectivos gobiernos, aunque cabe agregar que
esa bonanza ocurrió con independencia de que se tratare o no de un caso de DD.
Pero, como sabemos, la crisis económico-financiera desatada a partir de la
segunda mitad de 2007 disminuyó el “viento de cola” de la economía
internacional y presenta actualmente (comienzos de 2010) varios interrogantes
acerca de su continuidad respecto de los productos exportables de estos países
y sus futuros precios. A la consiguiente crisis de estas DD, o al menos una
difundida puesta en duda acerca de los expansionistas “modelos de desarrollo”
precedentes, se han sumado importantes factores más propiamente políticos y
domésticos que hacen a características propias de las DD y sus modalidades de
funcionamiento, a las que me refiero abajo. Esta conjunción de factores ha
llevado actualmente a situaciones que han alimentado vigorosamente tendencias
autoritarias ya existentes en el comienzo de algunos de estos casos (Venezuela
y Colombia) o a una creciente sensación de crisis e incertidumbre, acompañada
de preocupantes transgresiones legales e institucionales (Argentina y Ecuador).
En parte por la espectacularidad que han tenido en el
pasado no pocas decisiones de estos gobiernos, y en parte por la sensación de
crisis que los afecta actualmente, se despertó recientemente un renovado
interés, no sólo en círculos académicos, por el concepto de la DD. Fue así como
Osvaldo IazzettaI, con la valiosa cooperación de sus colegas de la Universidad
Nacional de Rosario organizaron en esta ciudad, en Octubre 2009, una jornada de
discusión sobre el tema. Esa jornada mostró la complejidad del mismo y el
acuerdo de los participantes continuar en su indagación desde sus áreas de
conocimiento teórico y empírico. Este es el origen del futuro volumen, del que
el presente texto es un anticipo para el CPA.
II.UNA CARACTERIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA DELEGATIVA.
Comienzo con una caracterización de la DD; aquí enuncio
aspectos básicamente estáticos, dejando para la sección IV los dinámicos.
A. La DD expresa y ejecuta una manera de concebir y
ejercer el poder político, sustentada por algunos presidentes y colaboradores;
suele ser compartida, al menos temporariamente, por importantes franjas de la
opinión pública.
B. Es democrática por dos razones principales. Una es su
legitimidad de origen, es decir su surgimiento de elecciones razonablemente
limpias y competitivas. La otra es que durante ella se mantienen vigentes
ciertas libertades política básicas, tales como las de expresión, reunión,
prensa, asociación y movimiento (pero ver abajo algunas salvedades).
C. No es por lo tanto ajena a la tradición democrática,
pero es menos liberal y republicana que la democracia representativa. Esto
implica no reconocer los límites constitucionales/legales de los poderes del
estado que, aunque de diferentes maneras, esas dos corrientes postulan. La
tendencia resultante de la DD a la transgresión o extra-limitación de las
fronteras institucionales legalmente establecidas, y se agudiza en situaciones
de crisis de las que me ocupo abajo.
D. Es por ello mismo fuertemente mayoritaria. Consiste en
generar, por medio de las elecciones arriba referidas, un líder que se erige
por (en principio) un período determinado, en el principal intérprete, si no la
encarnación, de los principales intereses de la nación.
E. La concepción básica, que se expresa repetidamente por
el líder y sus seguidores, es que la elección da al presidente/a el derecho, y
la obligación, de tomar las decisiones que mejor le parecen para el país,
sujeto sólo al resultado de futuras elecciones presidenciales.
F. En consecuencia, esta auto-concepción y las prácticas
de poder resultantes consideran un estorbo indebido la “interferencia” de
instituciones que ejercen diversos aspectos de control sobre el poder
ejecutivo, incluyendo los otros dos grandes poderes del estado constitucional
(legislativo y judicial), así como las diversas instituciones de accountability
horizontal[2] que ha ido incorporando la legislación moderna
(auditorías generales, fiscalías generales y especializadas, defensores del
pueblo y semejantes). Esto lleva a esfuerzos por anular, cooptar y/o controlar
esas instituciones; el éxito de estos intentos depende de relaciones de fuerza,
variables de caso a caso y dependiendo de períodos. Esta es una de las razones
por las que los presidentes DD no son omnipotentes, aunque extreman esfuerzos
por serlo
G. Asimismo esta concepción lleva a que la manera típica
de adopción de políticas públicas sea abrupta e inconsulta; trata de no pasar
por los filtros de otras instituciones, aunque el grado en que lo logra depende
también de casos y períodos, además que inevitablemente se encuentra –para la
toma de esas decisiones y su implementación— con diversas relaciones fácticas
de poder. Pero esos encuentros suelen realizarse, por la razón ya indicada,
mediante relaciones nula o escasamente mediadas institucionalmente.
H. Más globalmente, esta auto-concepción expresa la idea
de que el presidente es la encarnación, o al menos el más autorizado
intérprete, de los grandes intereses de la nación. En consecuencia, el líder se
siente –y suele insistir en decirse— colocado por encima de las diversas
“partes” de la sociedad.
I. Lo anterior incluye a los partidos políticos, vistos
como expresión sólo parcial de esos intereses. De ahí que el/la presidente DD
sea movimientista: lo que dirige no es un partido o una facción sino un
movimiento que contiene o expresan uno o más partidos y diversas organizaciones
sociales y/o para-estatales, pero no reducible a ellos.
J. Puede expresar diversas orientaciones ideológicas. La
mayor parte de los casos pertenece, más o menos vagamente, a la izquierda. Pero
Uribe muestra que bien puede haber una DD de derecha (y Fujimori antes); en el
caso de los Kirchner, ellos flotan en un espacio indefinido por estos
parámetros.
Dados los trazos propuestos, un problema que obviamente
se plantea es el de los parecidos de familia de la DD con otros tipos de
régimen político. Uno es respecto de la democracia representativa, con la cual
he señalado características que la diferencia de la DD, aunque ambas pertenecen
al género de la democracia. En este sentido, hay distinciones importantes entre
la “delegación representativa” implicada por la última (tal como lo planteé en
mi texto originario sobre la DD, señalando que por supuesto la representación
entraña un componente de delegación para el ejercicio de la respectiva
autoridad) y la “delegación plena” implicada por la DD, en la que en principio
no quedan los componentes de accountability y de interrelación institucional
implicados por la representación democrática. Esto, aunque la democracia representativa
y la DD no son opuestos polares (aunque sólo fuere porque pertenecen al género
“democracia”) me parece que basta para diferenciarlas.
Este tema plantea el del parecido de familia
de la DD con el populismo. Para empezar, aunque algunos populismos han tenido,
aunque en muchos casos temporariamente, forma democrática, la gran mayoría ha
sido autoritaria, ya directamente por provenir de algún golpe de estado o por
basarse en elecciones que no fueron limpias ni competitivas. Además, conviene
recordar que en la concepción clásica, y mi modo ver correcta, de la sociología
latinoamericana el término se aplicó a situaciones en las que se produjeron
procesos de expansión económica y del papel del estado, junto con ingresos a la
arena política de sectores y clases sociales antes excluidos, bajo la dirección
de un estado que intentó controlar verticalmente esa incorporación. Por ello la
situación económica y el papel del estado en el período inmediato anterior a la
emergencia de las DD fueron muy diferentes de los arriba comentados, además de
que los procesos de incorporación política estaban básicamente cumplidos estos
países, aunque el resultado fue una ciudadanía socialmente fragmentada y
políticamente alienada.
III.FACTORES PRÓXIMOS QUE PARECEN PRODUCIR, O FACILITAR
LA EMERGENCIA DE LA DEMOCRACIA DD.
Las DD suelen surgir de graves crisis, pero no todas
estas crisis producen DDs. Pero, ¿qué tipo de crisis? Primero, son crisis a
nivel nacional. Segundo, pueden ser de tipo socioeconómico (la mayor parte de
los casos) o bien resultado de una prolongada y abarcante situación de guerra
interna entre facciones organizadas (Colombia-Uribe) y, a veces, de la
combinación de ambos factores (Perú-Fujimori). Tercero, en todos los casos son
también profundas crisis políticas, incluso del papel y capacidades del estado;
estas crisis ayudan la eclosión de las anteriores y a la vez son realimentadas
por ellas.
Esas crisis no resultan sólo de datos objetivos. También
dependen, al menos en cuanto a su profundidad y consecuencias, del grado en que
son consideradas como tales por buena parte de la opinión pública, hasta el
punto de convencerse de que se irá agravando inevitablemente si no se producen
cambios drásticos en la conducción de los asuntos nacionales. Finalmente, para
que la crisis desemboque en una DD también hace falta que aparezca un (o más)
líder que se ofrece como quien puede y sabe cómo resolverla, y en base a ello
gana elecciones o revalida la posición de gobierno que ya tiene. Ese líder
puede tener éxito electoral porque se presenta, y en su momento es creído por
una cantidad suficiente de votantes (mayoría o no) como un verdadero salvador:
él va a rescatar la nación de sus padeceres y reconducirla a su verdadero
destino. La gestión de estos líderes, y la propia autoconcepción de su papel,
quedan atadas a esta promesa de salvación.
Un tema más complicado es el de las razones históricas y
estructurales que facilitan o promueven la emergencia de DDs. (Nota: hago
rápidas referencias a este complejo tema porque será abordado por otros
coautores del futuro libro, más capacitados que yo para hacerlo) Respecto de
las primeras, hay una correlación que salta a la vista: todos los países que
tienen o han tenido DDs. han tenido importantes momentos y/o movimientos
populistas. La excepción es Colombia; tal vez la experiencia particularmente
prolongada de una guerra interna que afecta, directa o simbólicamente, la vida
cotidiana de casi todos, haya bastado para generar una demanda de salvación
semejante a la de los otros casos. Asimismo, no sería imposible que una
sensación de generalizada inseguridad personal ayude a alimentar la sensación
de crisis y, con ello, colabore con la emergencia de una DD. Por contraste, los
países que cuentan, y se enorgullecen de contar con una larga tradición de
democracia representativa (Costa Rica, Chile y Uruguay, a pesar de las brutales
interrupciones autoritarias en los dos últimos), parecen sólidamente vacunados
contra la DD.[3]
IV.ACERCA DE LA DINÁMICA Y TENDENCIAS DE CAMBIO DE LA DEMOCRACIA DELEGATIVA.
Estos líderes a veces fracasan de entrada (Collor en
Brasil, la primera presidencia de García en Perú y Velasco Ibarra varias veces
en Ecuador), pero otros logran superar la crisis, al menos en sus aspectos más
notorios y preocupantes para buena parte de la opinión pública. De allí ellos
comienzan una trayectoria que me parece tiene ciertos rasgos típicos, que en la
presente sección intento caracterizar.
Estos líderes emprenden una gran causa, la salvación de
la patria, y en la medida que superan (o alivian significativamente) la crisis
logran amplios apoyos. Son sus momentos de gloria: no sólo pueden y deben
decidir como les parece; ahora ese apoyo les demuestra, y debería demostrar a
todos, que ellos son quienes realmente saben qué hacer con el país. Respaldados
en sus éxitos, los líderes DD avanzan entonces en su propósito de suprimir,
doblegar o neutralizar las instituciones que pueden controlarlos.
Algunos de estos presidentes, como Kirchner y Menem en su
momento, tuvieron la gran ventaja de lograr mayoría en el congreso. Sus
seguidores en este ámbito repiten escrupulosamente el discurso delegativo: ya
que el presidente ha sido electo libremente, ellos tienen el deber de acompañar
a libro cerrado los proyectos que les envía “el gobierno”. Cometen entonces la
mayor abdicación posible de una legislatura: conferir (y renovar repetidamente)
carta blanca a las iniciativas del poder ejecutivo y, por si ello fuere poco,
también poderes extraordinarios al mismo. Cierto, esa abdicación conviene al
oportunismo de no pocos de estos legisladores: pueden invocar su obediencia
para eximirse de implicaciones de la legislación que “tienen” que aprobar o
delegar, así como en el futuro, si así les conviene, abjurar de la misma
invocando su escasa cuota de responsabilidad en la misma -–en la Argentina, el
pasaje de cerrado apoyo a políticas de Menem al no menos cerrado apoyo a
políticas de las presidencias Kirchner, algunas de ellas diametralmente
opuestas, incluso por quienes ocuparon posiciones de liderazgo parlamentario
durante ambos períodos, es ejemplo de esto.
Los presidentes DD han nacido de la crisis y en un
sentido siguen viviendo de ella. Incluso cuando la sensación de la crisis ha
disminuido, intentan constantemente reavivarla, con la severa advertencia de
que si se abandona el camino que proponen, ella resurgirá, seguramente
agudizada. El lenguaje de la crisis –la pasada y la que se dice vendrá si se
abandona el camino emprendido-- es una constante de estos discursos, sobre la
que se basa la proclama necesidad de contar con poderes extraordinarios, así
como la hostilidad a los “estorbos” que plantean las instituciones de control y
de accountability.
La invocación de la crisis y del consiguiente papel
salvacionista del líder DD se articula con otros elementos fundamentales del
marco de significación de su discurso. Si venimos de tamaña crisis es porque ha
habido actores políticos y sectores sociales --que tienen grandes poderes y de
alguna manera han participado de gobiernos anteriores-- que son responsables por
ella. Este argumento tiende a dividir, dicotomizando, el campo político: hay
quienes están “a favor del país” y quienes, por su pasado y las posiciones que
mantienen, estaban y, salvo clara prueba en contrario, siguen estando en contra
del país, de sus verdaderos intereses. De allí a definir Schmittianamente la
política como guerra entre amigos y enemigos hay un paso.
La aducida vocación salvacionista no puede sino decir que
convoca el apoyo de lo mejor, más auténtico de la nación. Esto hace del
movimiento el vehículo adecuado para el líder, ya que no hay “parte”, sea
política o no, que pueda hacer eso. Esto expresa y refuerza la visión
dicotómica arriba mencionada y, junto con ello, el papel del líder como
encarnación, o al menos el mejor intérprete posible, de los magnos intereses
nacionales en juego. Esta dicotomización condenatoria ya está presente en el
origen del marco de significación del discurso DD, pero no llega a ser
agresivamente manifiesta hasta que estos gobiernos entran en crisis—tema del
que me ocupo en la sección siguiente.
Este discurso y sus consecuencias prácticas ponen en
juego, además de la horizontal, otro tipo de accountability, la social,
útilmente analizada por E. Peruzzotti y C Smulovitz. En realidad, en estos
casos no se trata tanto de la accountablity “desde abajo” analizada por estos
autores, como de los “controles verticales” que ha destacado Gabriela
Ippolito-O’Donnell en un trabajo reciente. El líder busca movilizar apoyos
desde la sociedad; ellos, por la tendencia anti institucional de las DD, suelen
expresarse de maneras informales, sin perjuicio del esfuerzo de los líderes DD
por encuadrarlos –de aquí surgen movimientos de diverso tipo –incluso,
peligrosamente, amenazantes brigadas— que, mientras dura cierta bonanza
económica, proclaman incondicionales lealtades. Otro aspecto muy importante en
el que se pone en juego la accountabiliy social es con los medios de
comunicación; mientras dura esa bonanza los líderes DD esperan -–y exigen de
diversas maneras— que los medios participen de las consiguientes aclamaciones.
Más tarde, cuando estos gobiernos entran en crisis, no pocos de esos medios
aparecen como la principal correa de transmisión de diversos descontentos; se
los percibe como un grave atentado a la continuidad de la gran tarea de
salvación que aquéllos han emprendido. De allí diversos pero insistentes
esfuerzos por controlar o hasta eliminar esos medios, incluso a alto costo de
opinión doméstica e internacional. Esta, no casualmente, es otra constante de
las DD.
La DD también implica una manera de gobernar, no
exclusiva pero típica de ella. El líder es un personaje básicamente solitario;
esto tal vez corresponda a características psicológicas de estas personas, pero
creo que también se puede afirmar es que es derivación directa de su concepción
del poder que ejercen. El salvador de la patria que sabe mejor que nadie qué es
lo que se debe hacer difícilmente pueda tener aliados; tiene simples
colaboradores en su círculo directo y, con otros, coincidencias ocasionales que
pueden ayudarlo a conseguir ciertos objetivos. Respecto de los primeros, ellos
deben ser obedientes seguidores que no pueden adquirir peso político propio,
anatema para el poder supremo del líder. Tampoco tienen en realidad ministros,
ya que ello implicaría un grado de autonomía e interrelación entre ellos
inaceptable para estos líderes. Chávez, Correa, García y los Kirchner (y en sus
tiempos Fujimori) tienen impresionantes records de despedir abruptamente
colaboradores directos y ministros, y arrojarlos al infierno de los
“traidores”.
Asimismo, el líder suele necesitar el apoyo electoral y/o
legislativo de otros partidos políticos. Pero ellos tampoco pueden ser
verdaderos aliados; su a veces ostensible oportunismo los hace poco confiables
y el propio hecho de que sean otros partidos muestra al líder que tampoco lo
son para acompañarlo plenamente en su tarea de salvación nacional. Además, si
fueran realmente tales aliados, el líder tendría que negociar con ellos
importantes decisiones, lo cual implicaría renunciar a la esencia de su
concepción delegativa. Esto no quita que haya negociaciones en el congreso,
pero ellas suelen ocurrir, directa o indirectamente, con los gobernadores, con
quienes el presidente mal que le pese comparte su poder, sobre todo en países
como Argentina, donde ya antes de la DD se había producido una marcada
territorialización de la política. En estos casos los presidentes DD tienen que
lidiar con nunca confiables señores territoriales. Ellos deben proveer votos en
el congreso y en las elecciones, así como un control de sus territorios que,
sin importarle demasiado al líder cómo, no genere crisis nacionales. Por
supuesto los gobernadores (no pocos de ellos también delegativos, si no
abiertamente autoritarios) pasan por esto facturas cuyo monto depende del
cambiante poder del presidente; así se pone en recurrente y nunca finalmente
resuelta cuestión la distribución de recursos entre el estado nacional y las
provincias.
En cuanto al poder judicial (en el caso argentino, a
contrapelo de buenas decisiones iniciales en la designación de miembros de la
Suprema Corte y reducción de su número), se van apretando controles sobre temas
tales como el presupuesto de esa institución y, crucialmente, las designaciones
y promociones de jueces. Asimismo, con relación a las instituciones de
accountability ya comenté que los líderes apuntan a capturarlas con leales
seguidores, al tiempo que cercenan sus atribuciones y presupuestos. Todo esto
ocurre con entera lógica: para esta concepción del poder político no es aceptable
que existan interferencias a la libre voluntad del líder —claro que con ello se
eliminan importantes características de la democracia representativa.
Las consideraciones precedentes nos han llevado del
período inicial de bonanza y amplio apoyo con que cuentan inicialmente algunas
DD, hacia el de su crisis y sus posibles consecuencias. Trato este tema en la
sección siguiente.
V.CRISIS DE LAS DD Y LA PROPENSIÓN (Y RIESGO) DE DESLIZAMIENTOS.
Por momentos el líder delegativo parece todopoderoso,
pero pronto choca con poderes económico y sociales con los que, ya que ha
renunciado en casi todos los planos a tratamientos institucionalizados, se
maneja con relaciones informales. Ellas se suman a la colonización de las
agencias de accountability para producir una aguda falta de transparencia,
recurrente discrecionalidad y abundantes sospechas de corrupción. Los líderes
delegativos inicialmente exitosos generan importantes cambios, algunos de ellos
de signo e impactos positivos. Pero por eso mismo van apareciendo nuevas
demandas y expectativas, junto con el resurgimiento de antiguos problemas y la
aparición de nuevos que al menos en parte suelen ser producto de los éxitos
iniciales.
Al comienzo de su gestión los líderes DD suelen tener
éxito disipando la crisis previa con medidas de emergencia, tal vez
necesariamente abruptas e inconsultas en esas circunstancias; aunque, como han
señalado autorizados economistas, esas medidas implicaban serias inconsistencia
intertemporales que, tosudamente mantenidas, contribuyen grandemente a la
futura crisis. Además, una vez que los peores aspectos de la crisis han pasado,
aparecen viejos y nuevos problemas, casi siempre de resolución mucho más
compleja que los anteriores. Esto requiere políticas estatales no menos
complejas, no sólo para decidir esas políticas sino también para su exitosa
implementación; para ello es importante contar con instancias de consulta e
intermediación con diversas (y cambiantes según el tema en juego) instituciones
políticas e intereses. Pero este camino se obstruye, en parte porque el
presidente DD se ha encargado de corroer o desconocer esas instituciones, y en
parte también por un conocido problema psicológico, ser víctima del propio
éxito. El líder no logra distinguir caminos alternativos y se aferra a seguir
haciendo lo mismo y de la misma manera que no hace mucho le funcionó
razonablemente bien, reforzado por cortesanos que no atinan a detectar y menos
proponer aquéllos caminos --estos presidentes mantienen tercamente su estilo de
toma de decisiones. Este estilo abrupto e inconsulto frente a complejos
problemas es casi garantía de comisión de gruesos errores. Junto con crecientes
síntomas de crisis, esto suele producir una generalizada sensación de
arbitrariedad e imprevisibilidad que la realimenta.
De esta manera, en su negativa a convocar auténticos
aliados e interlocutores, el líder DD se va encerrando en un cada vez más
estrecho grupo de colaboradores. A su vez, quienes en el estado y desde el
llano apoyan desinteresadamente al líder dan señales de desconcierto y
preocupación —comienzan a resentir que sólo se los convoque para aclamar sus
decisiones. Es típico de estos casos que a períodos iniciales de alta
popularidad suceden abruptas caídas de la misma y, con ello, una cascada de
“deserciones” de quienes hasta hacía poco proclamaban lealtad al líder.
Entonces los señores territoriales empiezan a tomar distancia del líder; por su
parte, los partidos que creyeron ser aliados y descubren que sólo podían ser
subordinados instrumentos, comienzan a recorrer un complicado camino de Damasco
hacia otras latitudes políticas.
La crisis de la DD aparece entonces, en sí misma y en su
generalizada percepción como tal, junto con tensiones de todo tipo. Para el
análisis de este tema no se trata sólo de cualidades y defectos personales de
los líderes DD; pero parte del problema es que ellos suelen estar persuadidos
de sus atribuciones y misión. Además, cuando aparece la crisis de estos
gobiernos, el país tropieza con debilidades institucionales que, como ya he comentado,
el líder se ha ocupado en acentuar. Es entonces que el líder reprocha la
“ingratitud” de quienes, luego de haberlo aplaudido durante el ápice de sus
éxitos, ahora resienten la reemergencia de graves problemas y las maneras
abruptas e inconsultas con que intenta encararlos (si no negarlos como
malicioso invento de condenables intereses expresados en los nunca tan molestos
medios de comunicación). A esta altura de los acontecimientos, otros líderes
delegativos se encontraron huérfanos de todo apoyo organizado. En cambio, en
Argentina el matrimonio presidencial tiene la ventaja de contar con parte del
partido justicialista; pero, mostrando la raigambre de sus visiones, a éste lo
manejan con la misma discrecionalidad que al gobierno.
Insisto que es típico que los líderes delegativos pasen
bastante rápidamente de una alta popularidad a una generalizada impopularidad.
La repetición de estos episodios no parece casual; obedece al despliegue de una
manera de concebir y ejercer el poder que se niega a aceptar los mecanismos
institucionales, los controles, los debates pluralistas y las alianzas
políticas y sociales que son el corazón de una democracia representativa. Por
el contrario, a medida que avanza la crisis, el líder apela al apoyo de los
“leales” y arroja al campo del mal no ya sólo a los herejes de la causa
nacional sino también a los “tibios”. El líder ya no vacila en proclamar que el
principal contenido de toda la oposición es ser la anti-patria de las que nos
quiere salvar. La imagen asustadora del retorno a la crisis de la que nació su
gobierno --el caos-- aparece con más nitidez que nunca en su discurso. En
cuanto a la oposición, al ritmo de una polarización que el líder inicialmente
propulsó en su aparente beneficio e impulsa aún más vigorosamente cuando
aparece la crisis, tiende a aglomerar, entre otros, a sectores sociales y
actores políticos que aquél justificadamente criticó. Para la oposición de allí
resultan incómodas compañías, intentos de diferenciación y apuestas en pro y en
contra de la polarización que impulsa el líder delegativo.
A esta altura la tarea de salvación nacional se
convierte, para estos líderes, en una verdadera gesta. Para ellos está en juego
nada menos que el destino del país, amenazado por los poderes -–nacionales y
externos-- que afirman crearon la crisis precedente y en caso de prevalecer
harán retornar el país a algo parecido, o probablemente peor. A esta altura
cabe preguntarse hasta qué grado este discurso de la gesta responde a
convicción íntima del líder DD y su seguidores cercanos y/o es un recurso para
aumentar apoyos y con ello acentuar la polarización ya iniciada; sospecho que
hay ambos componentes. Entonces también surge un gran riesgo: en respuesta a la
irritación que produce al líder la para él/ella injustificable aparición de
esas oposiciones, le tienta amputar o acotar seriamente las libertades cuya
vigencia mantienen la situación en la categoría de democrática--y, en el
límite, ya en pleno territorio del autoritarismo, la supresión o completo
control del poder legislativo y el judicial. Por cierto, la idea de gesta
salvacionista invita a esas transgresiones, ya que su importancia hace
palidecer los “detalles” y “formalidades” implicados por aquéllas libertades e
instituciones. Que este riesgo no es baladí se muestra en el desemboque
autoritario de Fujimori en Perú y de Putin en Rusia, y en el similar desemboque
hacia el que hoy Chávez lleva a Venezuela. En este punto no parece haber
límites propios a la a DD, sino los que pueden oponer la sociedad y algunos partidos.
Ello a su vez depende del grado de organización, articulación, politización y
convicciones democráticas de esos elementos. Felizmente la Argentina de hoy, en
contraste con la de épocas pasadas y en buena medida como resultado de las
lecciones duramente aprendidas entonces, tiene condiciones propicias para
evitar un desenlace plenamente autoritario; pero no es ocioso recordar que la
democracia también puede morir lentamente, no ya por abruptos golpes militares
sino mediante una sucesión de medidas poco espectaculares pero acumulativamente
letales.
Esto se relaciona con otro tema, que también deriva
rigurosamente de la lógica delegativa. En ella las elecciones no son el
episodio normal de una democracia representativa, en las que se juegan cambios
de rumbo pero no la suerte de gestas de salvación nacional, y en las que
siempre queda la posibilidad de volver al gobierno mediante futuras elecciones.
En cambio, para el líder delegativo hasta las elecciones parlamentarias
adquieren gran dramatismo: de su resultado cree que depende impedir el
surgimiento de poderes que abortarían esa gesta y devolverían el país a la
crisis precedente y, con ella, a su subyugación a los peores intereses. Hay que
jugar todo contra esta posibilidad porque, para esta concepción, todo está
realmente en juego. Es importante entender que estos argumentos no son sólo
recursos electorales, desgraciadamente todo indica que expresan auténticos
sentimientos.
En el transcurso de su crisis, cuando acentúa su discurso
polarizante y amedrentador, esta manera de ejercer el poder recibe apoyos cada
vez más escasos y endebles, al tiempo que acumula enojos de los poderes e
instituciones, políticos y sociales, que ha ido agrediendo, despreciando y/o
intentando someter. El período de crisis de las democracias delegativas es de
creciente aceleración y dramatismo de los tiempos de la política; no deja de
ser paradójico, aunque entendible dentro de esta concepción, que sea el líder
delegativo quien más contribuye a esa aceleración—como todo le parece en juego,
casi todo pasa a ser permitido.
A esta altura, aumenta la hostilidad hacia las
instituciones de accountability que han logrado conservar algún grado de
autonomía, así como las consiguientes presiones para que se alineen con las
posiciones oficiales, o al menos no las entorpezcan. Por la misma razón,
recrudece la hostilidad contra los medios de comunicación, mensajeros de malas
noticias y “mentiras malintencionadas”, que deben ser acallados, o por lo
menos, descalificados frente a la opinión pública; esto afecta uno de los
derechos fundamentales de la democracia, el acceso libre a información libre
tanto durante como entre elecciones.
Las DD en crisis no quieren verse en los espejos que se
le proyectan desde diversos ámbitos de la sociedad; cuánto éxito tienen en
romperlos es la gran cuestión que se abre en estas coyunturas.
[1][1] Novos Estudos CEBRAP (1991) 31: 25‑40. Las primeras ediciones en castellano e inglés fueron, respectivamente, Cuadernos del CLAEH (1992) 17(61): 9-19 y Journal of Democracy (1994) 5(1): 55-69.
[2] Para no extenderme aquí, para este concepto sugiero ver los capítulos I, II y III de mi Disonancias. Críticas Democráticas a la Democracia (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2007).
[3] Aunque solo se refiere indirectamente al tema de la DD, creo significativo que son estos tres países, precisamente, los que no han caído en la trampa de autorizar reelecciones presidenciales consecutivas, claro vehículo de DDs y autoritarismos.